No importa lo bonita y elegante que resulte una teoría, ni el tiempo (y la
honorabilidad que ello conlleva) que haya estado en boga. Si aparece un dato
medible, perceptible, replicable, que no encaje en el marco de trabajo de la
teoría, esta merecerá ser replanteada desde sus cimientos.
De hecho, hace apenas unos años nos enseñaban en la escuela que Plutón era un planeta; que los dinosaurios eran de sangre fría; que la mayor parte del ADN almacenaba información inútil o "basura"; que la sacarina provocaba cáncer y que una dieta rica en fibra lo prevenía; que las estrellas no podían ser mayores de 150 masas solares, o que no existían especies eusociales entre los mamíferos.
Y sin embargo, los nuevos hallazgos científicos han ido dejando "desactualizada" esa información que memorizamos siendo niños. De hecho, según el libro "The Half-Life of facts" ("La vida media de los hechos") del autor Samuel Arbesman, cuyo apetitoso subtítulo es "por qué todo lo que sabemos tiene fecha de caducidad", la mayoría de nosotros no actualizamos nuestro conocimiento científico y basamos nuestra toma de decisiones en los datos que aprendimos en la escuela. ¡Error!
Arbesman es un experto en cienciometría, la ciencia que estudia la medición y análisis de la ciencia, principalmente a través de la bibliografía. Esta disciplina nació en 1947 de la mano del matemático Derek J. de Solla Price cuando se le pidió que ordenara cronológicamente la colección de la revista científica Philosophical Transactions of the Royal Society.
Price se dio cuenta de que la altura de los montones anuales iba creciendo exponencialmente, lo cual le llamó la atención hasta el punto de hacer esa misma comprobación con otras publicaciones científicas. Tras hacerlo, en el año 1960 llegó a la conclusión de que la producción científica había estado creciendo de forma continuada a un ritmo del 4,7% anual desde el siglo XVII.
Como en la actualidad, el conocimiento científico sigue creciendo en un factor de x10 cada 50 años, no debe sorprendernos llegar a la conclusión de que una buena parte de lo que aprendimos en la escuela y la universidad ha quedado desfasado. Y ahí es donde el autor del libro antes citado, ha tenido la genial idea de crear el concepto de "edad media" de un conocimiento, inspirado por la edad media que cualquier sustancia radioactiva tarda en desintegrarse.
Igual que decimos por ejemplo, que la vida media del isótopo radioactivo del estroncio-90 es de solo 29 años, Arbesman propone (también como ejemplo) que el periodo de desintegración de una verdad clínica sobre cirrosis y hepatitis es de 45 años. Esto equivale, "en cristiano", a decir que la mitad de lo que los médicos creen saber sobre las enfermedades hepáticas a día de hoy será erróneo u obsoleto dentro de 45 años.
Arbesman advierte también contra el sesgo que aplicamos a la hora de actualizar nuestro conocimiento. La gente tiende a seleccionar hechos que de algún modo justifican sus creencias sobre el modo en que funciona el mundo. "Solo añadimos hechos que concuerdan con lo que ya sabemos, en vez de asimilar los nuevos hechos y evaluar el modo en que afectan a nuestra visión sobre el mundo".
También resulta divertido el análisis del autor del libro sobre el aumento exponencial en la producción de literatura científica y el sinsentido al que conlleva. "El crecimiento no puede continuar para siempre, si lo hiciera todo el mundo en el planeta llegaría a ser científico un buen día".
Obviamente esto no va a suceder, no sé si por fortuna o por desgracia. Pero si no podemos fiarnos de la eterna verosimilitud de lo que la ciencia anuncia cada día desde sus tribunas (mucho menos de lo que leemos en internet, incluido este blog) ¿entonces qué?
Bien, solo nos queda perseverar en el hábito de leer, mantener la mente abierta al conocimiento nuevo, evitar la formación de dogmas personales que sesguen nuestro juicio, y especialmente obligarnos a evaluar todo cuanto nos llega a través de un sano y necesario escepticismo crítico.
Por Miguel Artime
http://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-de-ciencias/y-si-la-mitad-lo-que-sabes-sobre-155336181.htm l
De hecho, hace apenas unos años nos enseñaban en la escuela que Plutón era un planeta; que los dinosaurios eran de sangre fría; que la mayor parte del ADN almacenaba información inútil o "basura"; que la sacarina provocaba cáncer y que una dieta rica en fibra lo prevenía; que las estrellas no podían ser mayores de 150 masas solares, o que no existían especies eusociales entre los mamíferos.
Y sin embargo, los nuevos hallazgos científicos han ido dejando "desactualizada" esa información que memorizamos siendo niños. De hecho, según el libro "The Half-Life of facts" ("La vida media de los hechos") del autor Samuel Arbesman, cuyo apetitoso subtítulo es "por qué todo lo que sabemos tiene fecha de caducidad", la mayoría de nosotros no actualizamos nuestro conocimiento científico y basamos nuestra toma de decisiones en los datos que aprendimos en la escuela. ¡Error!
Arbesman es un experto en cienciometría, la ciencia que estudia la medición y análisis de la ciencia, principalmente a través de la bibliografía. Esta disciplina nació en 1947 de la mano del matemático Derek J. de Solla Price cuando se le pidió que ordenara cronológicamente la colección de la revista científica Philosophical Transactions of the Royal Society.
Price se dio cuenta de que la altura de los montones anuales iba creciendo exponencialmente, lo cual le llamó la atención hasta el punto de hacer esa misma comprobación con otras publicaciones científicas. Tras hacerlo, en el año 1960 llegó a la conclusión de que la producción científica había estado creciendo de forma continuada a un ritmo del 4,7% anual desde el siglo XVII.
Como en la actualidad, el conocimiento científico sigue creciendo en un factor de x10 cada 50 años, no debe sorprendernos llegar a la conclusión de que una buena parte de lo que aprendimos en la escuela y la universidad ha quedado desfasado. Y ahí es donde el autor del libro antes citado, ha tenido la genial idea de crear el concepto de "edad media" de un conocimiento, inspirado por la edad media que cualquier sustancia radioactiva tarda en desintegrarse.
Igual que decimos por ejemplo, que la vida media del isótopo radioactivo del estroncio-90 es de solo 29 años, Arbesman propone (también como ejemplo) que el periodo de desintegración de una verdad clínica sobre cirrosis y hepatitis es de 45 años. Esto equivale, "en cristiano", a decir que la mitad de lo que los médicos creen saber sobre las enfermedades hepáticas a día de hoy será erróneo u obsoleto dentro de 45 años.
Arbesman advierte también contra el sesgo que aplicamos a la hora de actualizar nuestro conocimiento. La gente tiende a seleccionar hechos que de algún modo justifican sus creencias sobre el modo en que funciona el mundo. "Solo añadimos hechos que concuerdan con lo que ya sabemos, en vez de asimilar los nuevos hechos y evaluar el modo en que afectan a nuestra visión sobre el mundo".
También resulta divertido el análisis del autor del libro sobre el aumento exponencial en la producción de literatura científica y el sinsentido al que conlleva. "El crecimiento no puede continuar para siempre, si lo hiciera todo el mundo en el planeta llegaría a ser científico un buen día".
Obviamente esto no va a suceder, no sé si por fortuna o por desgracia. Pero si no podemos fiarnos de la eterna verosimilitud de lo que la ciencia anuncia cada día desde sus tribunas (mucho menos de lo que leemos en internet, incluido este blog) ¿entonces qué?
Bien, solo nos queda perseverar en el hábito de leer, mantener la mente abierta al conocimiento nuevo, evitar la formación de dogmas personales que sesguen nuestro juicio, y especialmente obligarnos a evaluar todo cuanto nos llega a través de un sano y necesario escepticismo crítico.
Por Miguel Artime
http://es.noticias.yahoo.com/blogs/cuaderno-de-ciencias/y-si-la-mitad-lo-que-sabes-sobre-155336181.htm l
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