Indudablemente, la
letra más española, pues no existe en ningún otro idioma (aunque esta
afirmación no sea del todo cierta, ya que los ingleses usan la palabra jalapeño, por
ejemplo). Y su origen, cómo no, se encuentra en la época de dominación romana,
cuando toda Hispania fue latinizada:
Entre sus innumerables aportaciones,
los italos nos trajeron su fantástica lengua, que incluía diversos grupos
consonánticos que evolucionarían hasta nuestra actual eñe (algunos incluso se
conservan en algunas lenguas y dialectos hoy en día): –gn (lignum>leño), –mn (autumnum>otoño), –ni (Hispaniam>España)... Pero, sin duda, la
agrupación más común era –nn
(annus>año). Por ello, con el paso del
tiempo, las dos enes se irían escribiendo cada vez más juntas hasta acabar una
encima de la otra (para que así no fueran confundidas con una «m»), dando lugar a la ene con
virgulilla o, en términos llanos, nuestra eñe. Este proceso de formación de
símbolos es bastante común; por poner otro ejemplo, el símbolo √, indicante
de radicales, procede de la deformación de una erre.
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