Hemos de viajar en el tiempo hacia atrás y situarnos en la isla de Sumbawa (en el archipiélago de IndonesiaIndias Orientales Neerlandesas) donde se encuentra ubicado el volcán del monte Tambora.
A mediados de 1812 (después de seis siglos de total inactividad) comenzó a expulsar gases y vapores a través de erupciones freáticas que fueron progresivamente aumentando a lo largo de los tres siguientes años, entrando en erupción total de lava el 10 de abril de 1815.
A lo largo de los siguientes tres meses (hasta el 15 de julio) la actividad volcánica fue atroz, lanzando a la atmósfera más de un millón y medio de toneladas de polvo que provocó que una gigantesca nube de un tamaño incalculable se extendiera por gran parte del planeta, reduciendo de este modo la luz solar que llegaba a la Tierra.
A causa de esto, en los siguientes meses descendió de manera notable y vertiginosa la temperatura de un buen número de lugares, viviéndose uno de los más crudos y fríos inviernos que los más veteranos alcanzasen a recordar.
Un invierno que fue alargándose según iban pasando los meses y no acababa de marcharse, sin terminar de llegar la tan esperada primavera. Este brusco cambio climático causó que ese año hubiera una de las peores cosechas de la Historia, dejando a zonas geográficas tan distantes como Oriente, Nordeste del continente americano y gran parte de Europa abocadas a una gran crisis por la falta de materia prima proveniente de la agricultura.
Se esperaba con ansias la llegada de la época estival y con ella el calor y por fin el buen tiempo, pero en el mes de agosto todavía seguían muchos ríos con sus cauces congelados y numerosas poblaciones recibieron importantes nevadas.
Lugares donde la temperatura media debería rondar los 30º C habían caído por debajo de los 0º C, helando paisajes y acumulando nieve en un buen número de poblaciones.
1816 no solo se recordará como el año en el que no hubo verano sobre la Tierra, ya que las malas cosechas y falta de productos básicos, como los cereales, hizo que aquellos países que se vieron menos afectados por el descenso de temperaturas y que consiguieron sacar adelante sus siembras, disparasen los precios de venta, provocando una terrible crisis que también afectó a gran parte de la población, que pasó hambre, frio e incluso enfermó a causa de una terrible epidemia.
A lo largo de todo el año se vivió en muchos lugares del planeta un invierno permanente, sin cambio de estación y no comenzarían a disfrutar del buen tiempo y los beneficios de unas cosechas favorables hasta bien entrado 1817, en el que poco a poco fue estabilizándose la temperatura y volviéndose más cálida.
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