El 23 de agosto de 1984 cuando un experto buscador de fósiles encontró al llamado “Niño de Turkana”, el esqueleto mejor preservado de un primer homínido que se ha desenterrado hasta la fecha.
Los restos óseos pertenecieron a un chico que murió antes de llegar a la pubertad en el Pleistoceno temprano, hace unos 1,5 millones de años, en el yacimiento keniano de Nariokotome y fueron descubiertos por Kamoya Kimeu, el paleoantropólogo que ha encontrado la mayor colección de fósiles de la historia.
Kimeu y el resto del equipo liderado por el antropólogo Richard Leakey excavaron hasta encontrar los restos de tres especies coexistentes de Homos. Esos huesos fueron las primeras pruebas físicas que apoyan la teoría de que los humanos no evolucionamos de un solo linaje, sino que provenimos de varias especies.
Y aunque fue clasificado inicialmente como un Homo erectus, luego de intensas deliberaciones fue reclasificado como un Homo ergaster, la primera especie de nuestros ancestros que fue bípeda, sin demasiado vello corporal, y que se parecía más a un humano de la actualidad que a otros primates
El pedazo del hueso tibia de un Australopitecos anamensis que encontró cerca del Lago Turkana probó que nuestros ancestros primates ya caminaban sobre dos piernas hace más de cuatro millones de años. Un cráneo de Homo sapiens de 195.000 años que encontró en el valle de Omo, en el sur de Etiopía en 1967, es el espécimen más antiguo que se conoce del hombre moderno.
Pero fue el niño de Turkana el que inmortalizó el legado de Kimeu.
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